domingo, 27 de junio de 2010

Capítulo 3: Eric

Era 9 de septiembre. Ruth se había levantado tarde y su madre hacía rato que había ido a trabajar.
Desayunó un vaso de leche, y salió a la calle.
<< Tiene que haber algún sitio por aquí donde pueda conseguir un perro. >>
Preguntando por la calle, halló el camino hacia el centro comercial. Allí buscó por todos lados, preguntó, pero al parecer no existía ninguna tienda de animales.
Ruth se encogió de hombros. Sería estúpido seguir buscando. Así que dejó el tema a un lado, y fue a pasear de nuevo.

Al poco tiempo estaba en el parque. Pero hoy prefería escuchar música.
Caminó durante aproximadamente unos 20 minutos y se sentó en un banco. Estaba en uno de los caminos menos transitados del parque. Las vistas eran una papelera y un terreno de césped mediano.
Ruth cerró los ojos. Tras un pequeño instante, pensó:
<< ¿Qué pensaría la gente si me viera así? >>
Abrió los ojos y miró a ambos lados del camino.
<< Creo que sigue siendo igual de triste que me vean sola aquí sentada, ya sea con los ojos abiertos o cerrados. >>
Empezó a sentirse incómoda. Normalmente no era una chica insegura, pero a veces empezaba a darle muchas vueltas a las cosas y a lo que podrían pensar los demás.
<< También pueden pensar que estoy esperando a alguien, ¿no? >>
Se echó hacia atrás y se concentró en su música. Miró hacia las ramas de los árboles que cubrían casi todo el cielo.
<< Bah, pensar que la gente va a dedicarme un mínimo pensamiento por estar aquí sentada es de ser egocéntrica. ¿A quién le importa lo que yo haga? >>
Cerró los ojos y siguió la música mentalmente. No supo cuánto tiempo pasó así, quizá unos dos o tres minutos, cuando sintió que algo le rozaba en la pierna. Sobresaltada, se enderezó y apartó la pierna. A sus pies había un pequeño cachorro de perro.
-¡Oh, díos mío! ¡Qué cosita más preciosa!
Se agachó y lo acarició suavemente. Entonces cayó en la cuenta de que quizá su amo estaría muy cerca. Se volvió hacia todos lados pero no encontró a nadie.
-¿Quién eres tú, bonito?
Le surgió una duda. Subió el cachorro a su regazo y lo puso patitas arriba.
-Bonita -sonrió.
La pequeña cachorrilla la miraba con ojos brillantes. Se puso de nuevo a cuatro patas y, acto seguido, saltó del banco y corrió camino alante.
-¡Eh! ¡Espera un momento!
Ruth se levantó y entonces vio adónde se había dirigido. Unos metros más adelante había un chico moreno de unos 16 o 17 años que también paseaba a un pequeño cachorro de labrador, que se había hecho amigo de la pequeña perrita. Se quedó un momento sin saber qué decir y, cuando el chico la miró, ella dijo:
-¿Es tuya?
-No, ¿se ha perdido?
-Pues no sé. No tiene ningún collar.
El chico se agachó a mirarla.
-Bueno, te habrás dado cuenta ya de que es una galga, ¿no?
-Eeh... No sé. ¿Pasa algo con los galgos?
El chico la miró extrañado.
-¿Tú que crees?
-... Ya te he dicho que no sé.
-¿No eres de aquí?
-No.
-¿Eres de ciudad?
-Sí...
-Ah, ya entiendo, perdona. A ver, es una perra de caza. Algunos cazadores que quieren deshacerse de un perro no los dejan en la perrera, los venden o los regalan. Los abandonan o directamente los matan.
-Joder... ¿Me estás diciendo que a esta perra la han abandonado?
-Es más que probable. Aquí... suelen pasar cosas así. En la ciudad seguro que no tienen un campo donde darles muerte. Aunque igualmente pueden darse casos.
Ruth torció el gesto. No era un tema agradable el que estaban tratando. Se agachó y acarició la cabecita de la perra.
-Pobrecita... Creo que voy a llevarla a mi casa.
-¿Te la vas a quedar?
-Es demasiado pequeña para sobrevivir ella sola.
-Eso que vas a hacer dice mucho de ti -me sonrió.
-¿No harías tú lo mismo?
-También podría llevarla a la perrera; yo ya tengo un perro.
Entonces me fijé en su perro.
-¡Es verdad! ¡Qué guapo! ¿Cómo se llama?
El chico echó a reír. Ruth se quedó sin saber que decir.
-¿Qué pasa, es hembra?
-No, jaja. Me hace gracia que le des prioridad a mi perro antes que a mí.
-Oh, vaya... -Ruth rio con él.
-Se llama Yack. Y, por si te interesa, yo me llamo Eric -dijo con una sonrisa.
-Y yo soy Ruth -contestó con la misma sonrisa.
-Encantado.
-Igualmente.
Hubo un pequeño silencio. Ruth jugueteaba con los perros. Entonces pensó en que el chico quizá quería marcharse ya. Cogió a la perra y se enderezó.
-Bueno... Creo que voy a irme ya. Tengo planes para esta tarde -dijo Ruth señalando a la perrita.
-Como, por ejemplo, convencer a tus padres de que te dejen adoptarla, ¿no?
-Bueno... Es bastante curioso, pero es un tema que justo ayer hablé con mi madre. Ahora mismo venía del centro comercial, preguntando si había alguna clase de tienda de animales allí o en todo el pueblo. Pero me dijeron que no y bueno... Vine al parque y, mira tú por dónde, me encuentro con esta perrita.
-Justo lo que querías. La perrita perfecta.
-Creo que cualquier perro puede ser perfecto.
-Con esa filosofía de vida se te llenará la casa de perros.
-Ojalá -rió Ruth.
Eric sonrió.
-Veo que eres una gran amante de los animales, ¿ya habías tenido otras mascotas antes?
-La verdad es que no... Esta es como "mi primera vez".
-¿Ah, sí? Bueno, no te preocupes, seguro que lo haces muy bien. Y si no, para cualquier duda, puedo darte mi teléfono -Ruth abrió mucho los ojos. Rápidamente los volvió a su posición normal y siguió escuchando-. Estoy seguro de que a Yack le gustará volver a verse con... tu perrita a la que aún no le has puesto nombre.
-Eeh... Sí, es verdad. ¿Se lo pongo ahora?
-No sé, como tú quieras.
-Es que ahora no sé... ¿Qué nombre crees que le pega?
-Pues no sé, pero no le vayas a poner Negra, ni Galga -Eric rió su propio chiste.
Ruth lo pilló tarde, y también rió. La perra era negra como el carbón, salvo en el pecho, donde tenía una pequeña franja blanca.
<< Luna podría estar bien. Su pelo puede ser la noche y su franja blanca la luna... Dios, qué chorrada. >>
-Hace tiempo tuve una perrita muy mona que se llamaba Noah. Me encantaba ese nombre, ¿a ti te gusta?
-Oye, ahora que lo dices, sí que me gusta.
-¿En serio? ¿Vas a llamarla como a mi perrita?
-¿Por qué no? Me gusta ese nombre.
-Genial -Eric la miraba sin decir nada.
Ruth sintió que ya era hora de marcharse.
-Bueno Eric... Un placer conocerte. Creo que me voy ya a casa.
-Espera, ¿quieres que te acompañe?
Ruth lo miró sin saber qué decir. ¿Debería dejar que un desconocido la acompañase a casa?
-Si quieres, te puedo acompañar solo un trecho. Veras, sólo paseaba al perro. No tengo nada más que hacer. Y si a ti no te importa...
-Vale, está bien -sonrió Ruth-. No hay problema.

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