jueves, 8 de julio de 2010

Capitulo 5: ?

-He dicho que no.
-Mamá, te lo estoy pidiendo bien.
-Ruth, este perro viene de la calle, ¿y si tiene alguna enfermedad?
-¡Es una perra! Y está sanísima, ¿es que no la ves?
-No quiero ni verla...
-Joder, mamá, ¿y por qué no? En serio, dame una buena razón. Dime por qué no podemos quedárnosla. Por qué no puedes hacer algo por mí. Por qué estás siempre en mi contra. ¿Qué he hecho mal? ¿Tan horrible soy? ¿Nunca voy a tener nada?
-Ruth no es por ti...
-Claro que no es por mí, ¡es por ti! Por ti, por ti y por ti, porque solo puedes pensar en ti. Tu casa, tus reglas, tus cosas, tú, tú, tú ¿y yo qué? Mamá, ¿cuándo fue la última vez que te pedí algo? Creo que ya merezco un poco de felicidad.
-¿Acaso no eres feliz?
-Créeme, con esta perra seré mucho más feliz.
Susana entrecerró los ojos.
-Pensaba que tu felicidad dependía de cosas más importantes que un simple... chucho.
-Ya ves, es lo que tiene mudarte con tu madre divorciada a un pueblo desconocido en el que no conoces a nadie y no poder volver atrás porque tu padre pasa de ti. Que felicidad te queda poca. Y con algo habrá que llenar ese vacío.
-Ruth, no vayas por ahí.
-Claro que voy por ahí. ¿Te resulta fácil convencerte de que todo va bien? ¿De que ahora somos más felices que antes? Porque eso no es verdad. Nada está bien, asúmelo.
-¿Piensas que antes éramos felices?
-No. Pero tú crees que un divorcio y una mudanza es la solución. Y no es así, mamá. Porque para olvidar todo lo que he pasado necesito tiempo. Pero tú quieres pensar que ya somos una familia feliz, que tu hija es una niña feliz y sin problemas. Y puedes intentar mentirle a los demás con eso, pero no puedes mentirte a ti misma. Porque claro que tengo problemas, y justo ahora que no podría tener más, te pido que me des un perro, te pido un regalo, algo que me haría muchísima ilusión, y tú, sin preámbulo, me contestas que no. Pues vale, mamá. Así lo estás arreglando.
Su madre la observó silenciosamente.
-Me voy a mi cuarto... Necesito pensármelo.
Ruth observó a su madre yendo hacia su cuarto. Acto seguido se tiró en el sofá de mala manera. Se le humedecieron los ojos, pero ella los cerró con fuerza y contuvo las lágrimas. Noah daba vueltas por la casa. Cuando Ruth se giró para mirarla, la pilló haciendo pis en una esquina.
-Noah, ¡no!
Se levantó y la cogió del suelo.
-Aquí no se hace pis... Mierda, iré a por una fregona.

~Incompleto.

jueves, 1 de julio de 2010

Capítulo 4: La número 20

Juntos, salieron del parque. Al contrario de lo que ella pensaba, no se sentía nada incómoda, y mantenían una charla muy amena.
-¿Cómo es que te has mudado?
-... Bueno, podría decirse que necesitábamos un cambio de aires.
-Parece que lo llevas bien.
-Sí, la verdad es que... era algo que ya se venía venir, lo tenía bastante asumido.
-Me alegro en ese caso. A veces estas cosas son un poco más traumáticas.
-Sí, ya ves... Pero estoy perfectamente.
-¿Y a qué instituto vas a ir?
-Al... no sé qué de León.
-¿Luca de León?
-Sí, ese es.
-Entonces vamos al mismo. Yo entro a 1º de Bachiller, ¿y tú?
-Yo a 4º de la ESO. ¿Has repetido?
-Qué va, ¿te parezco mayor?
-Un poco sí.
-Jaja, pues no sé... Tampoco es la primera vez que me lo dicen, pero en fin.
-Tampoco es que parezcas mucho más grande, ¿eh? Solo te echaba unos 17, no 35.
-Oh, vaya -Eric rió-. Entonces, no pasa nada.
-¿Y Yack? ¿Cuántos meses tiene ya?
-Tiene 4 meses y medio. La tuya también parece tener unos 3 o 4 meses, está ya grandecita.
-¿Sí?
-Y más que va a crecer. Los galgos son perros grandes.
-¿Estás seguro?
-Sí, quizá no lo parezca porque están muy delgados, pero son unos perros grandes. No demasiado, pero son grandes.
-Qué potra.
Inmediatamente, Ruth se arrepintió de haber abierto la boca.
-¿Qué potra? ¿Por qué lo dices? -Eric la miraba inquisitivamente.
Ruth pensó rápidamente qué podía contestarle sin parecer estúpida, pero la única respuesta que le funcionaba era la verdad.
-Bueno, por eso de que son delgados por naturaleza. Qué potra, ¿no? -Ruth sonrió, intentando que no se le notara la vergüenza.
-Ah, sí... -Eric no parecía haberlo entendido del todo.
De nuevo, el silencio.
-Oye, ¿y qué fue de tu perrita, Noah?
-La atropelló un camión.
Ruth quería darse un cabezazo contra la pared.
<< ¿Es que aún puedo meter más la pata? >>
-Lo siento muchísimo. Mierda, qué torpe soy...
-No lo sientas, mujer. No tenías ni idea. Además, ya está superado. Aunque... a veces pienso que yo tuve la culpa, porque se me olvidó cerrar la puerta y entonces Noah salió disparada y cuando quise darme cuenta...
-Joder... Bueno, tampoco tienes que culparte, yo pienso que fue simplemente un accidente. Los accidentes ocurren, nadie los incentiva.
-Ya, sé que realmente no tuve la culpa. Pero... bueno, fue un accidente que se pudo evitar, ¿no?
-Todo puede evitarse. Pero entonces viviríamos encerrados en un cubo hermético para no estar en contacto con los peligros del exterior como que un coche te salpique al cruzar un charco junto la acera, cortarte el dedo por pasar la hoja de un libro o sufrir alguna clase de contusión o rotura de uña jugando a las canicas con tu primo pequeño.
Eric miró perplejo a Ruth y acto seguido se echó a reír. Ruth estaba seria pero luego también soltó una risotada.
-¡No olvides llevar una mascarilla, por lo de los gérmenes patógenos! -dijo Eric entre risas.
-¡No, no lo olvidaré!
Eric paró de reír.
-Gracias, Ruth. Ahora me siento un poco menos culpable.
-Va, hombre. Mejor que dejemos ese tema, ¿no te parece? El pasado se queda en el pasado.
-Llevas toda la razón -dijo Eric con una sonrisa.
Caminaron durante unos minutos más y doblaron una esquina. Ya estaba en la calle de Ruth.
-¿Esta es tu calle?
-Sí, ya casi llegamos...
-No, no es por eso. Es que también es la mía.
-¿Ah, sí? ¡Qué coincidencia!
-¡Ya lo creo! ¿Dónde vives?
-En la casa número 12.
-La mía es la 20.
-Qué bien, ya nos hemos ubicado.
-Jaja, sí... Bueno, entonces espero verte de nuevo.
-Sí, volveremos a vernos las caras.
-Jaja... Ah, se me olvidaba darte mi número. Aunque... Creo que ya no hace falta. Si necesitas algo, ya sabes donde vivo.
Ruth estaba eufórica. Le encantaba tener un amigo. Nunca había tenido uno. Nunca un chico se había acercado tanto a ella, era siempre había sido la rara. Pero ahora, Ruth podía ser lo que quisiera. Su vida en ese momento era un cuaderno en blanco en el que podía escribir cualquier cosa, y hacerlo realidad.
-Vale.
La sonrisa no desaparecía de su cara, y empezó a sentirse estúpida. La borró rápidamente y añadió:
-Tú también sabes ahora dónde vivo... por si me necesitas.
Eric abrió mucho los ojos por un momento y sonrió.
-Tomo nota.
-Eso es, toma nota, no vaya a ser que se te olvide.
-Jaja, no se me olvidará -Eric sonrió.
Ruth también sonrió y entró en su casa.
<< ¿Por qué se ríe conmigo? ¿Acaso soy divertida? ¿O es que el hecho de que no nos conocemos provoca un ambiente de tensión del que solo se puede escapar con una risa forzada? >>
Ruth dejó a Noah en el suelo.
-En fin, ya estamos en casita...
Ruth miró a los ojos a la pequeña perra. Noah la miraba con la boca abierta y jadeante. Le resultó tremendamente simpática.
<< ¿No parecen así los perros que están sonriendo? >>
-Creo que te voy a dar una ducha, bonita.
Noah no cambió su expresión.
-Sí, sí, ven por aquí, bonita, ven.
Noah husmeó el suelo y se dirigió a la cocina.
-No, por aquí no.
<< Vaya, no me paré a pensar en que ahora tengo que adiestrarla. >>
Ruth cogió a Noah en brazos y la llevó al cuarto de baño.
<< Quizá... Si me es demasiado díficil... Tendré que solicitar la ayuda de Eric. >>
Se puso contenta de tan sólo pensarlo. Miró sonriente a la perrita y la metió dentro de la bañera.

domingo, 27 de junio de 2010

Capítulo 3: Eric

Era 9 de septiembre. Ruth se había levantado tarde y su madre hacía rato que había ido a trabajar.
Desayunó un vaso de leche, y salió a la calle.
<< Tiene que haber algún sitio por aquí donde pueda conseguir un perro. >>
Preguntando por la calle, halló el camino hacia el centro comercial. Allí buscó por todos lados, preguntó, pero al parecer no existía ninguna tienda de animales.
Ruth se encogió de hombros. Sería estúpido seguir buscando. Así que dejó el tema a un lado, y fue a pasear de nuevo.

Al poco tiempo estaba en el parque. Pero hoy prefería escuchar música.
Caminó durante aproximadamente unos 20 minutos y se sentó en un banco. Estaba en uno de los caminos menos transitados del parque. Las vistas eran una papelera y un terreno de césped mediano.
Ruth cerró los ojos. Tras un pequeño instante, pensó:
<< ¿Qué pensaría la gente si me viera así? >>
Abrió los ojos y miró a ambos lados del camino.
<< Creo que sigue siendo igual de triste que me vean sola aquí sentada, ya sea con los ojos abiertos o cerrados. >>
Empezó a sentirse incómoda. Normalmente no era una chica insegura, pero a veces empezaba a darle muchas vueltas a las cosas y a lo que podrían pensar los demás.
<< También pueden pensar que estoy esperando a alguien, ¿no? >>
Se echó hacia atrás y se concentró en su música. Miró hacia las ramas de los árboles que cubrían casi todo el cielo.
<< Bah, pensar que la gente va a dedicarme un mínimo pensamiento por estar aquí sentada es de ser egocéntrica. ¿A quién le importa lo que yo haga? >>
Cerró los ojos y siguió la música mentalmente. No supo cuánto tiempo pasó así, quizá unos dos o tres minutos, cuando sintió que algo le rozaba en la pierna. Sobresaltada, se enderezó y apartó la pierna. A sus pies había un pequeño cachorro de perro.
-¡Oh, díos mío! ¡Qué cosita más preciosa!
Se agachó y lo acarició suavemente. Entonces cayó en la cuenta de que quizá su amo estaría muy cerca. Se volvió hacia todos lados pero no encontró a nadie.
-¿Quién eres tú, bonito?
Le surgió una duda. Subió el cachorro a su regazo y lo puso patitas arriba.
-Bonita -sonrió.
La pequeña cachorrilla la miraba con ojos brillantes. Se puso de nuevo a cuatro patas y, acto seguido, saltó del banco y corrió camino alante.
-¡Eh! ¡Espera un momento!
Ruth se levantó y entonces vio adónde se había dirigido. Unos metros más adelante había un chico moreno de unos 16 o 17 años que también paseaba a un pequeño cachorro de labrador, que se había hecho amigo de la pequeña perrita. Se quedó un momento sin saber qué decir y, cuando el chico la miró, ella dijo:
-¿Es tuya?
-No, ¿se ha perdido?
-Pues no sé. No tiene ningún collar.
El chico se agachó a mirarla.
-Bueno, te habrás dado cuenta ya de que es una galga, ¿no?
-Eeh... No sé. ¿Pasa algo con los galgos?
El chico la miró extrañado.
-¿Tú que crees?
-... Ya te he dicho que no sé.
-¿No eres de aquí?
-No.
-¿Eres de ciudad?
-Sí...
-Ah, ya entiendo, perdona. A ver, es una perra de caza. Algunos cazadores que quieren deshacerse de un perro no los dejan en la perrera, los venden o los regalan. Los abandonan o directamente los matan.
-Joder... ¿Me estás diciendo que a esta perra la han abandonado?
-Es más que probable. Aquí... suelen pasar cosas así. En la ciudad seguro que no tienen un campo donde darles muerte. Aunque igualmente pueden darse casos.
Ruth torció el gesto. No era un tema agradable el que estaban tratando. Se agachó y acarició la cabecita de la perra.
-Pobrecita... Creo que voy a llevarla a mi casa.
-¿Te la vas a quedar?
-Es demasiado pequeña para sobrevivir ella sola.
-Eso que vas a hacer dice mucho de ti -me sonrió.
-¿No harías tú lo mismo?
-También podría llevarla a la perrera; yo ya tengo un perro.
Entonces me fijé en su perro.
-¡Es verdad! ¡Qué guapo! ¿Cómo se llama?
El chico echó a reír. Ruth se quedó sin saber que decir.
-¿Qué pasa, es hembra?
-No, jaja. Me hace gracia que le des prioridad a mi perro antes que a mí.
-Oh, vaya... -Ruth rio con él.
-Se llama Yack. Y, por si te interesa, yo me llamo Eric -dijo con una sonrisa.
-Y yo soy Ruth -contestó con la misma sonrisa.
-Encantado.
-Igualmente.
Hubo un pequeño silencio. Ruth jugueteaba con los perros. Entonces pensó en que el chico quizá quería marcharse ya. Cogió a la perra y se enderezó.
-Bueno... Creo que voy a irme ya. Tengo planes para esta tarde -dijo Ruth señalando a la perrita.
-Como, por ejemplo, convencer a tus padres de que te dejen adoptarla, ¿no?
-Bueno... Es bastante curioso, pero es un tema que justo ayer hablé con mi madre. Ahora mismo venía del centro comercial, preguntando si había alguna clase de tienda de animales allí o en todo el pueblo. Pero me dijeron que no y bueno... Vine al parque y, mira tú por dónde, me encuentro con esta perrita.
-Justo lo que querías. La perrita perfecta.
-Creo que cualquier perro puede ser perfecto.
-Con esa filosofía de vida se te llenará la casa de perros.
-Ojalá -rió Ruth.
Eric sonrió.
-Veo que eres una gran amante de los animales, ¿ya habías tenido otras mascotas antes?
-La verdad es que no... Esta es como "mi primera vez".
-¿Ah, sí? Bueno, no te preocupes, seguro que lo haces muy bien. Y si no, para cualquier duda, puedo darte mi teléfono -Ruth abrió mucho los ojos. Rápidamente los volvió a su posición normal y siguió escuchando-. Estoy seguro de que a Yack le gustará volver a verse con... tu perrita a la que aún no le has puesto nombre.
-Eeh... Sí, es verdad. ¿Se lo pongo ahora?
-No sé, como tú quieras.
-Es que ahora no sé... ¿Qué nombre crees que le pega?
-Pues no sé, pero no le vayas a poner Negra, ni Galga -Eric rió su propio chiste.
Ruth lo pilló tarde, y también rió. La perra era negra como el carbón, salvo en el pecho, donde tenía una pequeña franja blanca.
<< Luna podría estar bien. Su pelo puede ser la noche y su franja blanca la luna... Dios, qué chorrada. >>
-Hace tiempo tuve una perrita muy mona que se llamaba Noah. Me encantaba ese nombre, ¿a ti te gusta?
-Oye, ahora que lo dices, sí que me gusta.
-¿En serio? ¿Vas a llamarla como a mi perrita?
-¿Por qué no? Me gusta ese nombre.
-Genial -Eric la miraba sin decir nada.
Ruth sintió que ya era hora de marcharse.
-Bueno Eric... Un placer conocerte. Creo que me voy ya a casa.
-Espera, ¿quieres que te acompañe?
Ruth lo miró sin saber qué decir. ¿Debería dejar que un desconocido la acompañase a casa?
-Si quieres, te puedo acompañar solo un trecho. Veras, sólo paseaba al perro. No tengo nada más que hacer. Y si a ti no te importa...
-Vale, está bien -sonrió Ruth-. No hay problema.

viernes, 25 de junio de 2010

Capítulo 2: El perro

A las 9 de la noche, el tren por fin para en la estación de Fuenteseca, el pueblo al que han tardado en llegar ni más ni menos que 3 horas aburridísimas.
No es el típico pueblo pequeño lleno de gente mayor y ovejas; su madre ya lo comentó anteriormente que era un pueblo grande, con centro comercial, parques...

Al bajar del tren se le hizo extraño oler el aire. No era como el de su ciudad, éste era mucho más fresco. Desde luego que era un pueblo libre de humos. Además, tenía un clima algo más frío que la ciudad, lo que la reconfortaba; nunca le había gustado en calor, más bien, prefería el frío.
Parecía que empezaban con buen pie. La casa (no era un piso) era una más de las casi 30 casas que se disponían una enfrente de la otra a la orilla de una larga calle del casco histórico. Era una casa pequeña, de dos pisos. Mejor que fuera así, una casa mediana para ellas dos solas sería demasiado espacio. Así se limpia menos, pensó Ruth.
Estrenaron la llave. Entraron en la casa, que había sido preparada por los vendedores o simplemente no estaba sucia. Allí estaban todos sus muebles, que habían sido traídos semanas atras por el camión de la mudanza. Parecía que su madre lo tenía todo controlado desde hacía ya algún tiempo. Tenía el pueblo, la casa y también tenía el trabajo. Había quedado a la mañana siguiente para ir y firmar un contrato para administrativa.
-Ruth, tienes tres habitaciones para elegir. Yo he escogido una de las de la planta de abajo porque...
-La de arriba -interrumpió.
-Oh... vale, está bien. Entonces, sube y deshaz tus maletas.
Ruth subió las escaleras mientras se fijaban en los detalles de la casa. Le gustaba esta novedad, le encantaba estar en un sitio nuevo. Sus amigas la habían despedido con cartitas y abrazos. Tiene sus correos, pero a fin de cuentas nunca fueron realmente sus amigas. La olvidarán en poco tiempo, ella lo sabe. Ruth también hará lo mismo, con sus amigas, con los chicos, con la ciudad y si fuera posible, con su padre. Aunque eso es algo que se presenta difícil.
La vida de Ruth siempre ha sido rutinaria. Ahora todo parece sacado de una serie de televisión: una chica se muda sola con su madre a un pueblo remoto (no es nada remoto, pero al menos es lejano a su ciudad, y eso le da chispa a la historia), ¿cuándo van a empezar las aventuras? Ruth quiere creer que muy pronto. Y más o menos será así, puesto que dentro de dos semanas empieza el curso de nuevo, y va a entrar en 4º de la ESO. Y, como siempre, Ruth está deseando que empiece el curso. Porque eso significa el adiós definitivo al verano y su calor sofocante, y un hola a los días ocupados, los quéhaceres y también una vuelta a la vida social, por mediocre que ésta sea para ella.
Cuando terminó de deshacer las maletas, empezó a colocar mejor todos los muebles de su cuarto. Los desempapeló, hizo la cama, montó el ordenador como pudo... Todo estaba en orden. Bajó las escaleras y se dirigió a la puerta.
-¿Adónde vas? ¿Crees que has terminado? Ve a la cocina y empieza que ahora iré yo: todavía queda mucho por hacer.
Ruth suspiró profundamente y giró sobre sus talones. Era cierto lo que decía su madre: todavía quedaba mucho por hacer.


Una semana después de la mudanza todo se había normalizado. Su madre trabajaba, Ruth estaba matriculada en el instituto y ya había comprado los libros. La casa estaba en perfecto orden.
Ruth había dado algún que otro paseo por el pueblo, para saber como era. Descubrió que a las afueras, no demasiado lejos de su casa, pasaba un pequeño río afluente al cual acudía mucha gente en verano. Cuando pasó por allí vio a niños pequeños jugando, a sus padres algo más apartados vigilándolos y también algún grupo de chicas y chicos que iban allí a pasárselo bien. A fin de cuentas, la calor no se había ido del todo.
Como era normal, Ruth se fijó en todo: los chicos y chicas que encontró eran todos de su edad más o menos. Las chicas vestían con ropa corta y los chicos directamente se quitaban la camiseta. Vio cómo uno de los chicos tiraba a una de las chicas al río. Era una rubia delgada y con las manos muy largas. Los chicos reían y la chica corría empapada hacia su grupito de amigas. Se lo estaban pasando en grande, y Ruth sintió algo de envidia: ella también quería tener muchos amigos e ir al río y que algún chico mono la tirase al agua sin importarle después que su ropa iba a pegársele a la piel dejando entrever su figura.

A Ruth le gustaba la calle. Le gustaba ver a la gente, observarla cómo hace su día normal. Ir al parque y ver a los niños jugar, a los más mayores ejercitándose, paseando al perro... No sabía realmente el por qué, pero le gustaba. Sentía que estaba haciendo algo, ella también paseaba por el parque. Aunque hace tan solo unos años también le hubiera gustado ir al parque a jugar. Solía a ir muy a menudo, pero las cosas se torcieron. También le gustaría ir a correr todas las mañanas, como esos hombres de casi 40 años que siguen cuidando y manteniendo en forma su cuerpo. Y tambén le gustaría pasear a su perro por el parque. Siempre le habría gustado tener un perro. Y ahora que lo pensaba detenidamente, ¿por qué no tenerlo?


-Mamá, quiero tener un perro.
Susana dejó el tenedor sobre la mesa y fijó sus ojos verdes en su hija. Era algo que Ruth había heredado de ella: unos grandes ojos verdes llenos de pestañas. Pero el aquel pelo negro y medio ondulado había sido un regalo del padre.
-¿A qué viene esto, Ruth?
-A que quiero tener un perro. No es la primera vez que te lo pido. Y desde entonces siempre he querido tenerlo.
-Pero Ruth, tener un perro es una gran responsabilidad: tienes que alimentarlo, sacarlo a pasear diariamente, bañarlo... en fin, cuidarlo. No puede ser sólo un caprichito.
-Mamá, yo quiero hacer todo eso, y lo voy a hacer encantada. Casi todo el mundo tiene una mascota, ¿porqué yo no puedo?
-Ruth, ¿no has pensado en que quizá te canses de tener un perro? Al principio puede parecer muy divertido, pero luego quizá empieces a dejarlo de lado y eso no sería bueno para el perro, ¿no crees?
-Claro que no sería nada buen para el perro, mamá. Pero sé que eso no va a pasar. Porque no soy esa clase de persona. No voy a abandonar a nadie. No voy a dejarlo de lado.
Su madre la miró pensativa. ¿Habría dicho eso último refiriéndose a su ex marido?
-No sé, Ruth... Ahora va a empezar el curso, tendrás que estudiar y hacer tus cosas, y un perro sólo va a incordiarte, no sirve de nada tener perro.
-Eso lo dirás tú.
-¿Cómo?
-Que un perro sí que sirve de algo. Un perro es un amigo, ¿no?
-No puedes comparar un perro con una persona.
-Mamá, tú no vas a comprenderlo. Sé que un perro nunca va a ir conmigo de compras, ni va a pasarme apuntes de Lengua. Pero un perro... -A Ruth le costaba abrirse, no sabía cómo explicarse en estos casos.
Hubo un silencio.
-Ruth, ni siquiera sabes por qué quieres tenerlo.
-Mamá, joder, no es tan difícil. Si todos tienen un perro, habrá alguna razón, ¿no? Un perro trae alegría, un perro es un amigo, digas lo que digas. Siempre está ahí, moviendo la colita cada vez que te ve. Y aunque lo castigues por haberse meado en la cocina, al día siguiente seguirá ahí moviendo su colita por ti.
-Los perros no tienen sentimientos.
-Eso no lo sabes.
-¿Tu sí?
-No me dejas demostrártelo. Cada día veo a gente con su mascota pasándoselo bien en el parque. No creo que eso sea todo instinto, el perro confía en esa persona. Existe cariño entre la persona y el perro, y si dices que no es verdad, al menos es una mentira preciosa.
-¿Entonces te gusta vivir de una mentira?
-Todos lo hacemos a diario. La gente y sus comentarios, la política. Todo es una mentira, pero nos gusta que sea así. Lo preferimos así. De otro modo, nos volveríamos locos.
-Ruth, ni siquiera sabes de qué estás hablando.
-Mamá, lo sé perfectamente. Un perro no es una persona. Y es exactamente la mejor cualidad que posee. Porque los perros no saben mentir.

jueves, 24 de junio de 2010

Capítulo 1: Ruth

Ruth hacía las maletas en silencio. Por fin su madre había terminado con el papeleo del divorcio. La mudanza era inminente, y ella no se sentía del todo triste.
Estaba a punto de dejar atrás la ciudad y la gente que la había visto crecer durante los últimos 15 años, pero más que entristecerla, aquello le brindaba una oportunidad de empezar de cero una vida diferente.
Su vida hasta entonces, había pasado por dos etapas: una etapa feliz antes de cumplir los once años y un etapa "no tan feliz" desde los once años hasta entonces.
Ruth tuvo una infancia feliz, llena de amor y unión familiar. A los 11 años empezaron a torcerse las cosas. Sus padres ya no se querían tanto, la rutina había podido con su relación y las caras largas eran ya algo inevitable, que se repetía día a día. Era muy pesado para ellos llegar a casa y tener que estar con esa persona, por la que ya no sientes esa pasión de antes, la cual se ha transformado en una amistad que se degasta día tras día con la convivencia. Porque ya nada los une, salvo la niña que tuvieron 11 años atrás, cuando la llama del amor ardía en sus corazones.
Sus padres cada vez se distancian más y más, Ruth es el tema clave entre ellos y se convierte en motivo de discusiones y malos rollos.
Ruth se ve más que deprimida en esa situación, en la que sus padres no saben tomar una decisión sobre qué hacer con sus vidas y sobre todo con la de su hija, que cada vez se torna más gris.
Ruth es una niña triste y sola. Tenía amigas, pero ya no sale a la calle. Sus padres se pasan el día fuera de casa para evitar verse el uno al otro, y Ruth se queda encerrada en la casa con la llave echada. A veces en los fines de semana la vienen a llamar, y ella acepta, pero otras veces prefiere quedarse de nuevo sola, con su tristeza y su soledad.
Entonces sus amigas dejan de llamarla porque saben que no bajará y que será una pérdida de tiempo.
Y sus padres siguen tan inmersos en su vida y en sus preocupaciones que no se dan cuenta de cómo su hija ya no sale, se ha quedado sin amigas, y ha olvidado cómo sonreír.

A los 13 años, Ruth entra en el instituto. Para ella es un mundo nuevo, la gente ya no es la misma y ahora piensa que su vida quizá pueda dar un giro de 180 grados. Y ciertamente su vida vuelve a cambiar, pero a peor. Ruth no consigue hacer amigos, y en clase la catalogan como la rarita. En el recreo, Ruth se va al baño y escucha música encerrada en uno de los WC. U opta por ir a la biblioteca y hacer los deberes, estudiar o leer. Sus notas nunca fueron malas. Era de las primeras de la clase y siempre conseguía matrícula de honor. No lo costaba demasiado sacar esas notas tan altas, pero por puro aburrimiento, se memorizaba la lección de cada día con puntos y comas. Al fin y al cabo, estudiar era de las pocas cosas que podía hacer en su tiempo libre para olvidar aunque fuera por unas horas su vida real. Eso y comer.
Antes de cumplir los 11 años, era una niña de complexión normal, menudita, pero en esos últimos años había engordado, y aquello parecía ser lo único que habían constatado sus padres. Ella no entendía cuando sus padres le decían que debía comer menos, o cuando le denegaban el postre al final de la comida. Pero aún así, sus padres le traían galletas y dulces casi a diario. Quizá era una manera de rellenar la falta de cariño.
Y es que, después de todo, no querían una hija gorda. No importaba si estaba completamente sola y sin amigas, o si su vida estaba vacía, lo que importaba era que de puertas para afuera, la niña tuviese un cuerpecito 10, aunque la niña sólo saliera de la casa para ir al médico, al dentista y a las reuniones de familia como Navidad.

Cumplió 14 años siguiendo estando sola. En la fecha de su cumpleaños, nada cambiaba de su rutina. Sólo que recibía felicitaciones de la familia y sus padres se picaban entre ellos para ver quién le hacía el regalo más caro. Ruth los había aceptado al principio, pero después se dio cuenta de lo que de verdad significaban esos regalos. Y el día de su cumpleaños se convirtió en el más odiado del calendario.
Ruth ya no era una niña pequeña, y empezaban a preocuparle algunas cosas. Su manera de vestir, su cuerpo, los amigos, los chicos. Después de todo, era una preadolescente. Había conseguido forjar algunas relaciones con chicas de su clase; no llegaban a ser una amistad, pero de lo que tenía era lo que más se le acercaba. Estas chicas la influían, positiva y negativamente. Los chicos nunca se habían fijado en ella, y Ruth por fin entendía el por qué, tras haber hecho "amigas" por fin y haber entablado conversaciones con ellas, de todo tipo de temas.
Descubrió un dato: a los chicos no les gustan las chicas gordas. Y ella ahora estaba gorda.
Fue uno de los shocks más grandes que pudo vivir nunca. El verse, de un día para otro, totalmente distinta a lo que siempre había imaginado. Mirarse al espejo con ojos crueles, con ojos malvados, con los ojos de la sociedad. Se dio cuenta de lo gorda que realmente estaba, que estar gorda no era nada bueno, y que tenía que cambiar urgentemente.
Así, empezó a comer menos, según lo que siempre había oído y lo que le habían recomendado sus "amigas". También volvió a salir a la calle. A veces iba sola, enchufada a su iPod, al centro comercial y miraba y compraba algo de ropa. Sus amigas la llamaban para dar vueltas por el barrio. Era el típico grupo de chicas al que a veces también se le acoplaba un grupo pequeño de chicos. Entre ellas, había una chica que brillaba más que las demás. Se llamaba Sara. Era una chica no demasiado alta, con un espectacular pelo largo y ondulado, castaño claro tirando a rubio. Tenía unos grandes ojos color miel que destacaban en su pequeña cara. Sus labios, también eran carnosos y notables. La naricita, pequeña y puntiaguda.
Siempre llevaba un modelito distinto, le encantaba vestir a la última, y lucirse. No mediría más de 1.62, y pesaba 44 kilos. Volvía locos a los chicos, pero a ella solo le gustaba jugar. Había mantenido alguna especie de relación medianamente estable con alguno de ellos, pero más bien se le podía considerar un rollo de dos semanas. Para colmo, Sara también era una chica estudiosa. Estudiaba en su casa diariamente, y sacaba notas excelentes, como era de esperar. Ruth sentía cierta envidia. Quería entrar en sus pitillos de la 32. Y quería llamar la atención de los chicos, sobre todo de Aitor, el más guapo de todos. Porque, puestos a elegir, ¿por qué no el más guapo? Ruth solo tenía amigas, a los chicos de la clase se había dirigido sólo en las ocasiones que lo habían requerido, y al igual se habían dirigido ellos a ella.
Ahora Ruth quería ser como Sara, ser perfecta, gustar a todos.

A mitad de curso, el ambiente familiar dejaba mucho que desear. Sus padres estaban a punto de tirarse de los pelos, simplemente, no soportaban la presencia del otro. Ruth era ahora la que pasaba de ellos, y se dedicaba a mirarse el ombligo. La relación paterno-filial era apenas existente. Ruth pensaba que los quería, porque se supone que los hijos "deben" querer a los padres. Pero ella nunca demostraba su afecto hacia ellos, ni tampoco era así al contrario. Simplemente, se saludaban todos los días, intercambiaban algunas palabras en la comida, y cuado ésta terminaba, cada uno se iba a hacer lo que quisiera. Los padres, fuera de la casa. Y Ruth, se quedaba dentro leyendo, escuchando música, haciendo ejercicios (tanto para el instituto como para el cuerpo) y, sobre todo, "no-comiendo". Más tarde, salía a la calle. Se preparaba tal y como podía, teniendo un cuerpo, a su ver, tan deforme y asqueroso.
Sus amigas nunca habían comentado nada sobre su sobrepeso. Era cierto que tenía un poco, midiendo 1.69 y rondando los 70 kilos. Era una chica grande, lo que también le dificultaba el pasar desapercibida.
Las chicas del grupo estaban todas en un peso normal, excepto Sara, que claramente tenía un peso por debajo de lo que cualquier médico llamaría "normal".
Ruth mientras tanto seguía en su intento por adelgazar, que avanzaba muy lentamente. Los veranos se le hacían odiosos, por tener que enseñar su cuerpo a los demás, un cuerpo tan poco digno para ser visto según ella. Al verano de sus 14 años llegó pesando 62 kilos. Y fue ese mismo verano cuando sus padres acordaron en divorciarse.

Ruth ha cumplido recientemente sus 15 años, concretamente el 4 de agosto, que es el mes que ahora está finalizando. Sus padres están oficialmente separados, y su madre se queda con toda la custodia. Su padre no está muy interesado en visitarla, dice que quizá lo haga en el verano o en Navidad. Pero eso es un tema que ahora a Ruth no lo interesa. Ahora toca marcharse lejos de aquí, donde quizá tenga derecho a una vida más plena, con nuevos amigos de verdad, y quizá una posibilidad para el amor, algo que ella desconoce por completo.